Un Corazón siempre amante

A lo largo mi vida, Dios continuó llenándome de innumerables detalles y declaraciones de su Amor incondicional, siempre atento a cada uno de mis pasos. Por ejemplo, cuando tuve mi primer novio, y con ello también mi primera desilusión amorosa, Dios me hizo llegar este mensaje a través de un verso de una poesía contenida en un librito de poemas (no eran poemas religiosos), que también providencialmente llegó a mis manos. El verso decía más o menos esto: “Ven y recuéstate sobre mi pecho, escucha los latidos de mi Corazón amante que sana tus heridas viejas y nuevas” …

Recuerdo que mientras leía este poema romántico, yo levanté mi mirada y, frente a mí, en un calendario colgado en la pared del lugar donde yo estaba en ese momento, había una enorme imagen del Sagrado Corazón de Jesús… Mis ojos se cruzaron con sus ojos, y de repente yo volví a experimentar aquella vieja y conocida sensación de mi infancia: “Jesús parecía mirarme a través de esos ojos” y ahora me ofrecía su pecho para descansar en su Corazón Amoroso12…

En la última cena el discípulo amado estaba recostado al lado de Jesús. A este discípulo, hizo señas Simón Pedro para que le preguntara quién era aquel que iba a traicionarlo. Entonces, el discípulo amado recostando su cabeza sobre el pecho de Jesús, le preguntó (Jn. 13, 21)

Y también cuando un día, “a su manera”, Jesús me dijo algo tan tierno que yo nunca olvidé: “Mi Corazón es todo tuyo”… Eso fue en una ocasión en que hubo una convivencia a la que yo no pude ir;
al día siguiente la monjita que la organizó, se me acercó con un pequeño regalito y me dijo: “Jesús te mandó esto”. Ella me entregó un “llavero” con una caricatura de un gato que traía en sus manos un “enorme corazón” listo a entregarlo; el corazón de aquel llavero, tenía escrita una frase que decía: “Mi Corazón es todo tuyo”. Este llavero, que obviamente “NO tenía LLAVE”, fue para mí, no solamente la declaración de Amor de Dios expresada en esa frase, sino también, un hermoso signo de que, una vez más, Jesús me estaba entregando “su Sagrado Corazón”, en esta ocasión con el “llavero” incluido, pero un llavero que “NO tenia llave”, pues la Puerta de entrada a su Corazón rasgado siempre está ABIERTA: “A Jesús que yace sobre la Cruz: “uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza” (Jn. 19, 34-37)
Con los primeros años de adultez, mi experiencia de oración se hizo quizás más madura, no sólo por la vivencia de las dificultades propias de la vida adulta, sino también por todo lo que Dios me regaló a través de los grupos apostólicos que rodearon mi vida. A pesar de todo ello, la devoción Mariana que tenía en mi infancia, ahora la miraba con “cautela”, con “desconfianza”, en el fondo sentía temor de amar a la Virgen María en “exceso”, recelo a amarla “demasiado”, y que ese amor por Ella fuera un obstáculo para centrar mi vida solo en Dios. Para mi sorpresa, fue el mismo Corazón de Jesús quien condujo mis ojos nuevamente hacia Ella, y luego Ella, quien direccionó mi mirada “renovada” hacia su Hijo, hacia el Corazón de Jesús de “mi infancia”… Ese al que, cuando niña, con colores, yo le llamé: “El Paraíso de la Felicidad”…

Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, Francia

Sin embargo, con todo y eso, el Rosario seguía como algo que NO consideraba en mi vida de oración… No me gustaba “repetir” oraciones (que rápido olvidé que en mi infancia yo solía repetir 100 o 150 veces, y de buen agrado: “Sagrado Corazón de Jesús en Voz confío”). En fin, en ese proceso de crecimiento, había aprendido que orar es “dialogar” con Dios y abrir mi corazón a lo que Él me quiere decir, escucharle. Ese era el principal argumento por el que me “resistía” a la oración con el Rosario, del cual yo tenía una idea equivocada… Así que, a pesar de que las circunstancias, una y otra vez, parecían invitarme a que yo orara con el Rosario, yo siempre me hice la “sorda”, aludiendo que no me gustaban las “oraciones repetitivas”. Y hasta entonces, eso, “erróneamente”, pensaba yo que era el Santo Rosario. Sin embargo, fue tanta la “insistencia”, pienso que de parte de Dios o de la Virgen María (me regalaban rosarios, me los encontraba…) que finalmente me “rendí”, y dije: “está bien oremos con el Rosario, pero hagámoslo bien, no simplemente repitiendo con los labios las Ave Marías, sino pensando y sintiendo en el corazón cada palabra de cada Ave María y, sobre todo, “meditando” profundamente en cada uno de los “misterios”: esas escenas de la vida de Jesús, que se contemplan en la oración con el Rosario… “Sin prisas, despacio”… Fue así como empezó todo… ¿Y qué es todo?

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